sábado, 12 de diciembre de 2009

Ubetenses por el mundo


En mitad de la guerra uno nunca sabe donde puede encontrar aliados. Uno, siendo de Úbeda nunca caminará solo; vayas donde vayas, estés donde estés, siempre habrá un paisano dispuesto a hablar de Santa María, de brindar con una Alcázar y de comer un ochio, y Málaga no iba a ser la excepción que confirmara la regla.
Cuatro somos los residentes paisanos (Lola, Isa, Lamarca y servidor) que aprendemos a andar lejos de la tierra que nos vio gatear; varias son las caras conocidas que uno se encuentra cuando camina por unas calles que ya empieza a dominar, pero lo más curioso es la gente que te reconoce por tu cara, por un apellido peculiar o por simple azahar en mitad de una guardia de Policlínica atestada de caras anónimas sin nombre ni patria.
No era la primera vez que me sacaban la ciudad de cuna. Una noche, un paciente que esperaba pruebas complementarios me paraba por el pasillo, preguntándome que de dónde era. La cara de póker que se le queda a uno es mayúscula, pero el motivo de la pregunta tenía su explicación. El paciente había leído mi tarjeta acreditativa en la que aparece Dr. Juan Toral, y ante la coincidencia de apellidos paternos y según me explicó ante la dinastía de Torales que hay en los Cerros de Úbeda, radicaba el por qué de una pregunta que desembocó en que teníamos nexos familiares, lejanos, pero en común, una coincidencia que ameniza la rutina de unas duras 24 horas.

Ayer fue otro de esos chispazos de coincidencias. En un día de Urgencias malísimo, donde llegamos a los 350 pacientes, y en una particular caótica tarde donde las trivialidades quedaron a un lado y varios de mis pacientes pasaron a Observación o fueron ingresados a diferentes servicios debido a su delicado estado, y ante el estrés físico y mental que supone el paciente denominado “puro”, uno encuentra un resquicio donde aferrarse para hacer que las anécdotas se impongan a las dificultades de una dura jornada de trabajo. Tras darle el alta a una viejecita de esas encantadoras que muchas veces dan ganas de llevarse a casa, la buena mujer me preguntaba que de dónde era, que mi acento no era de Málaga (pregunta que me hacen con mucha frecuencia debido a ese acento Ubedí que parece ser pedigrí). Ante mi respuesta que de un pueblo de Jaén y su sorpresa inicial ya que ella también resultaba ser de la misma ciudad, venía la siguiente pregunta ¿de qué ciudad? A uno que se le llena la boca al decir Úbeda, se vio sorprendido cuando la mujer, sonrisa en rostro, exclamaba que ella también era de allí, que había dejado su “patria” a los 14 para emigrar a Sevilla, donde se casó y formó una familia que años después se mudaría a la “enemiga” Málaga, para terminar coincidiendo con un paisano desde la lejanía en nuestro particular exilio, para hablar de su pueblo, de la calle que le vio nacer y de los avances que debido a su edad avanzada y a encontrarse a 300kms le han impedido conocer.

Anécdotas acampadas en las trincheras de las Urgencias, entre el reguero de disparos, de sangre que fluye en el fragor de la batalla, coincidencias que sacan una sonrisa entre la responsabilidad y la tensión de un trabajo que asfixia pero no ahoga. Y es que vayas donde vayas, y visto lo visto, nunca caminarás sólo si eres de Úbeda




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