sábado, 31 de marzo de 2012

Historia de una foto


Como todos los años hago mis pinitos en la Revista "Jerusalen" de mi cofradía. Os dejo el artículo y dos vídeos a modo de razones para que un año descubráis en primera persona la Semana Santa de Úbeda



"La Marcha Real" rompe el silencio atronador con el que los nervios y la impaciencia de cada año le gritan al niño que jamás dejaremos de ser que por fin es Semana Santa. Hace media hora que un intento de guión desorganizado se rearma en el patio del colegio. Quedan caras aún sin ser coronadas por esa joya en forma de capirucho de cartón que tantos Domingos de Ramos lleva coronándote y portas por las renacentistas calles empedradas de una ciudad que o bien te vio nacer o bien decidió adoptarte sin importar el punto de procedencia. Se encienden los últimos cigarrillos a los que las caladas nerviosas no consiguen sacar lustre. Se escuchan tambores descansar en el suelo, cornetas que lanzan notas al aire cargadas de responsabilidad y horas de ensayo, golpes de bombo con los que descargar la tensión de espera que dura 365 días… Los príncipes de cada casa corretean por el patio, ajenos aún a todo lo que supone la maravillosa rutina de cada tensa espera, mientras el dobladillo de sus capas aumenta en un intento desesperado de seguir el crecimiento acelerado de las edades tempranas. Los más pequeños buscan consuelo en un hombro de algún familiar querido al que dentro de unos minutos dejarán de conocer cuando el raso del capirucho tape el familiar rostro sobre el que descansarán en su desfile y escuchen como la voz amiga les muestra su primera procesión que uno jamás recordará pero que el otro no podrá olvidar. Te alisas la capa que crees que brilla más que nunca azotada por los rayos de sol de una tarde de primavera que dentro de poco coqueteará con la luna; centras el cordón arrosariado con el que intentas llevar las cuentas de tantos Domingos de Ramos vividos; te ajustas el cono de cartón que te abraza el rostro inicialmente pero que con casi toda seguridad terminará dejándote una adictiva cefalea. Cuadras tus vidriosos ojos en los ojales desprovistos de tela y viertes la última mirada que sueles reservar para un cielo que siempre parece amenazar en esta semana del año pero en el que crees ver en esta ocasión a un amigo que te dará una tregua. Rezas una mecánica oración que sientes como hacía tiempo que no lo hacías, coges la palma o el enser que tienes a tu cargo y esperas a que el jefe de banda entone los primeros acordes que avisan del rumor con el que la banda empieza a tocar en el interior del templo. Se abren por fin los portones de La Trinidad que creías anquilosarse en la impaciente espera de cada año. Huele a pólvora, a petardo que con estruendo anuncia que por fin es Semana Santa y das el primer paso mientras escuchas el raseo de tus pies sobre el frío suelo sombrío de la Iglesia.

Y de repente, "La Marcha Real" formaliza el comienzo de la semana de la pasión con la que todos volvemos a creer. Desfilan los primeros penitentes, las capas que más adelante besarán el suelo se mecen por la brisa de Abril. El populacho que se arremolina enfervorecido hasta abarrotar la Plaza de Andalucía desenfunda sus teléfonos móviles y cámaras de vídeos y fotos mientras empiezan a grabar las primeras marchas.

Pero en medio del gentío está el protagonista de esta historia. Con su peinado tan cuidado que simula la viva imagen de la improvisación, con su look tan equidistante a los de estos meridianos, con su tinte ictérico de piel, con sus ojos rasgados con los que parece hacer un guiño eterno a un sol que corona desde lo bajo de la Corredera; con esa eterna sonrisa que ha perdido amplitud para hacer hueco a la inquietante sorpresa con la que se encuentra de bruces. Ese perfecto desconocido al que muchos miran pero del que nadie sabe su historia que tras mucho leer, escuchar y ver algún documental decidió ser narrador en vez de receptor y estar aquí, perdido en la inmensidad de una Úbeda que deja de mirarse acomplejada el ombligo para desperezarse de un indolente ocaso.

Él que no entiende ni una palabra de español, que llegó hace unos días a la frenética terminal de Barajas. Que siguió las indicaciones de algún foro y cogió el Talgo que le llevó a la Estación Linares-Baeza, esa musa sabiniana para la que cualquier tiempo pasado fue mejor. Que aguardó con una educación encomiable la cola para sacar el ticket de un autobús con el que llegó hace unos días a una ciudad que no ha dejado de sorprenderle y enamorarle por todos los sentidos: que ha apreciado el sabor de sus platos típicos, que ha visto la colosal inmortalidad en forma de cuna del Renacimiento, que escucha atónito la música fabricada por esos instrumentos de metal a los que él sería incapaz de sacar tan sólo un acorde, que huele la mezcla del Domingo de Ramos de palodú y petardo, que siente sentirse en casa tan lejos de ella…

Salen los primeros penitentes y una risa nerviosa se dibuja en su rostro mientras llama la atención de su pareja mostrando el capirucho que desafía las leyes de la gravedad que él conoce. Respira hondo como intentando patentar el aroma del Domingo de Ramos; cree emocionarse cuando el frontal dorado del paso asoma por la puerta, cuando termina su maniobra y enfila la cuesta que le llevará a encontrarse con un pueblo que lo está esperando. Siente que está sentado a lomos del borrico que jamás había visto antes y es en ese momento cuando descubre ese rostro que cada Domingo de Ramos enamora a Úbeda y se da cuenta que su destino era estar allí en ese mágico momento que le acompañará el resto de sus días. Se le olvida respirar mientras es incapaz de desenfundar la cámara con la que inmortalizar ese encuentro y mueve lenta y mecánicamente la cabeza mientras el titánico trono pasa por su lado. Quiere gritar, aplaudir, llorar…pero mira a un alrededor ya acostumbrado a la bofetada con la que la estampa les golpea cada Domingo de Ramos mientras recompone una mandíbula desencajada por el tremendo derechazo que acaba de recibir mientras aprieta la mano de su mujer intentando compartir la sensación vivida.
Y es justo en ese momento cuando nuestras anónimas miradas (la mía por ir detrás del capirucho y la suya por ser desconocido en estas latitudes) se encuentran durante unos instantes. Quizás le haya llamado la atención el pendón de cuero que porto concentrado en no perder el equilibrio mientras el viento me golpea de costado, o quizás el dorado impoluto de mi capa (gracias al trabajo que nunca agradecemos no se si por dejadez o porque no encontramos la forma de hacerlo de mi madre), pero el caso es que soy víctima de su cámara de fotos que por fin sale de su letargo. Mientras enfoca con su ojo derecho cerrado creo ver su mirada oriental al otro lado del objetivo…Pienso en su historia, en qué habrá tenido que hacer y a qué habrá tenido que renunciar hasta llegar al punto en el que estamos. Me cuadro para la foto como queriendo agradecer que haya dedicado esfuerzo, tiempo y dinero en acompañarnos en este día que para mí y para él será inolvidable hasta que recibo el ataque del destello del flash con el que me deslumbro durante unos segundos mientras me pierdo durante unos instantes en el diván de mi mente y me felicito de la tremenda suerte que tengo por poder hacer de cada Domingo de Ramos una historia digna de contar, de ser escuchada, de ser protagonista de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalem a lomos de ese cansado borriquillo que ya está intentando encarar El Real y que vivo en primera persona del plural. Me abandono a la tremenda suerte de ser gota del tremendo océano de una cofradía pequeña, humilde pero eterna.

Consigo enfocar de nuevo el iris y cristalino aturdidos aún por el flash del protagonista de esta historia al que ya he perdido de vista e incluso olvidado mientras centro mis esfuerzos en tres penitentes delante mía y en esa cabellera poblada y alborotada de oro de mi sobrino que me devuelve a lo lejos su inmensa mirada azul mar mientras juega con la borla del capirucho de mi padre. Lo veo jugar, desprovisto de la maldad que nos persigue, como si fuera un ángel caído del cielo y me vuelvo a perder, disfrutando de su perfecta carita, en la suerte de poder disfrutar cada año de estos insignificantes momentos que traigo a mi mente en noches como esta que escribo.


"Camina, camina con esperanza en tu corazón
y nunca caminarás sólo"



March fatale

El calendario por fin marca el día 31. Ha sido un mes duro, durísimo, posiblemente el más duro desde que este blog arrancó Marzo que parecía un oasis primaveral se ha convertido en una tirana mensualidad de responsabilidades que me han planteado más de un jaque amenazante de mate.

Un reguero constante de responsabilidades sumatorias que han ido adquiriendo galones para gobernar en medio del caos.

Dos fines de semana con Máster de Economía de la Salud, otro con las prácticas del curso de Urgencias, dos domingos con guardia, con exámenes y trabajos a doquier para completar una formación ya de por sí saturada, algún que otro curso de portalEIR, la entrega contrarreloj del trabajo de R3, la ola revolucionaria del recorte de guardias, ser elegido como vocal de residentes...reuniones públicas con compañeros de residencia y privadas con dirección médica... un etcétera con principio pero sin final acentuado por el ascenso en mi Centro de Salud en el que por una baja laboral de mi tutora ascendí a Adjunto, a juez y parte: responsable en primera persona de la consulta, de las embarazadas, de la inserción y retirada del implante anticonceptivo...

Marzo, mes festivo que espera la llegada de la primavera y el día de mi 28 cumpleaños...Marzo, que este año esperaba con un puñal escondido para clavar en la espalda. Marzo, ese frenético mes que por fin parece espirar. Y por fin en casa, en Úbeda, con mi gente y esperando una Semana Santa que amenaza con lluvia...

sábado, 24 de marzo de 2012

Recomendaciones...y jornada de reflexión

De vez en cuando me tomo la libertad de hacer alguna recomendación de algo que creo merecer la pena.
Hoy os doy dos consejos, una película y un libro



Película
INTOCABLE: ayer por la noche hice una gran inversión comprando la entrada para esta película. 110 minutos para reír y emocionarte. Una obra maestra humilde y demoledora, sensible. Te guste o no el cine y sea cual sea tu género preferido, esta película francesa te encantará.

















Libro
EL HOMBRE QUE QUERÍA SER VALIENTE de Nicholas Evans: una historia de historias sobre los grandes secretos que pueden devastar vidas y familias enteras. Una novela liviana que te engancha y seduce con las historias entrelazadas. Lectura agradable y llevadera que deja un buen sabor de boca






Posdata:
Mañana hay elecciones autonómicas en Asturias y Andalucía (de donde sabéis soy). No voy a promover masas ni a movilizar votos...pero hoy en plena jornada de reflexión esta cabeza se me ha venido a la cabeza...No me preguntéis por qué...


sábado, 17 de marzo de 2012

Cansado de estar harto


(Málaga 17 de Marzo de 2012)

Esta es la historia de un afortunado, de un triunfador; de un conquistador de metas inmediatas en busca de la definitiva, la última, la que siempre pareces tocar para finalmente escapar entre tus manos. Esto que aquí comienza pudiera ser el relato de alguien al que la vida le parece devolver siempre una sonrisa…esta es mi historia que quiero hacer pública.


Me llamo Juan Toral Sánchez y me acerco a velocidad de crucero a los 28 años. Nací un, para mí ya lejano, 22 de Marzo en Úbeda, un pueblo que se hizo ciudad amamantando el Renacimiento que mira al Sur. El primer guiño que me regaló la vida fue darme la familia con la que me premió. Unos padres modélicos para lo bueno y para lo malo, con sus riñas y muestras de cariño constantes, con sus miedos copiosos y sus alegrías inmediatas, con su poca arena entre tantísima cal para fortificar un coto privado de puertas abiertas. También me dio una hermana mayor intachable que me enseñó el camino a seguir y me hizo todo más fácil; unos primos que fueron amigos con los que jugar todos los domingos memorables en la casa de mis abuelos mientras recibíamos abrazos y atenciones por cada maceta que rompíamos con la pelota.
Una vida que me dio una niñez sana sin sobresaltos, donde tuve la tremenda fortuna de hacer amigos para toda la vida, que pese a la distancia milenaria que nos separa, seguimos en contacto buscando fechas para reencontrarnos y brindar con la eterna penúltima cerveza.
Que me premió con una infancia tan feliz que aún ahora con el paso de los años la recuerdo con una sonrisa dibujada en mi cara.
Sin tener en abundancia, jamás me faltó de nada. No fui un niño caprichoso pero siempre tuve todo lo que necesité (y más).
Con una inteligencia que creía a prueba de bombas fui sacando curso por curso con todo sobresaliente hasta el bachillerato de donde salí con una matrícula de honor que aún descansa en mi habitación natal.
Esa misma inteligencia que vio tambalear unos cimientos que realmente no eran tan fuertes perdiendo su confianza en los seis años (a curso por año pero con periodos que fueron de Septiembre hasta Septiembre, por los novedosos suspensos que fui acumulando) de carrera que estudié en la lustrosa pero deficiente Universidad de Granada para salir con un título, el de Medicina, pero sin oficio ni beneficio, harto de estudiar y pasear fonendo por pasillos de facultad y hospital sin nada que escuchar.
Seis años de carrera premiados con becas de estudio hasta que dinosáuricas asignaturas de 20 créditos  se cruzaban en mi camino y ni en Septiembre encontraban consuelo. Años con la tranquilidad de tener unos padres que me respaldaron económica pero sobre todo anímicamente, que jamás reprocharon nada y que siempre encontraban palabras de ánimo ante el tropiezo a modo de examen de infausto recuerdo. Años en los que sin ser obligado, me autoimpuse la necesidad de compaginar algún trabajo de fin de semana como camarero o en los calurosos y secos veranos de Úbeda de mozo de almacén en un Centro Comercial.

Yo, ese afortunado que se enfrentó a una oposición llamada MIR para sacar plaza y elegir hacer Medicina Familiar y Comunitaria en Málaga, en el “prestigioso” Hospital Carlos Haya del que tanto había escuchado hablar.
El mismo que el 20 de Mayo de 2009 firmó su primer gran contrato que me hace ser un privilegiado: cuatro años de residencia para formarse, aprender (tras siete años de estudio previos que parecen caer en saco roto), lidiar con situaciones incómodas y recompensas inimaginables. Aprender, disfrutar, sufrir con unos pacientes que me han hecho llorar de alegría y de tristeza. Que he salvado vidas y otras no he podido rescatar, que he dado buenas y malas noticia, que me he torturado ante los fallos percibidos y que me he alegrado por mis efímeros éxitos que tan pronto quedan atrás en este atroz mundo de la Medicina.

Yo que he tenido la suerte que muchos de mis amigos no han tenido. Que disfruto de un, hasta la fecha, tranquilo periplo de cuatro años con trabajo fijo nada más terminar la carrera. Que hasta la fecha no tengo miedo de actualizar la cuenta bancaria por temor de no haber cobrado. Que hasta la fecha he disfrutado de un competente (pero también mejorable), periodo de formación con rotaciones, guardias, cursos… Yo, que hasta la fecha no había visto la opción de trabajar en el extranjero como una alternativa sólida, como otros amigos míos (brillantes en diplomaturas y licenciaturas de muy diversa índole) han tenido que hacer para emigrar a países como Japón, Alemania o Reino Unido para buscar un reconocimiento que aquí no le daban social ni económicamente.

Yo que por fin me siento médico pese a tener el título desde 2008. Que siento que cada vez domino más cosas y con más seguridad, que me siento útil para una sociedad bipolar que venera con la misma facilidad que lapida al escaparate público del día a día en las Urgencias de un Hospital o en la consulta de mi Centro de Salud.

Servidor que ha ido cargando una mochila a la espalda en la que poco a poco ha ido echando piedras. Que he puesto buena cara al mal tiempo. Que he intentado argumentar con todo aquel que me ha dicho con aire, con sorna o con muy mala educación que me pagan gracias a sus impuestos (a mí no deben retenerme dinero para pagar sanidad, educación, bajas…). Que he intentado hacerles ver a mis amigos que mi vida no es siempre como la visión que dan las series de televisión sobre médicos, que pese aunque lo pueda parecer no estoy todos los días de juerga ni comilonas, que también estudio, trabajo e incluso puedo llegar a acumular más de 70 horas semanales. Que intento acallar cuándo me echan en cara que me pagan por dormir en una guardia (nunca más de cuatro horas aun siendo una guardia de las llamadas buenísimas) o que incluso tengo una hora para comer. A éstos que les intento explicar la carga que supone estar en primera línea de combate, en el cuerpo a cuerpo de un paciente tras otro, de escuchar historias, preocuparte por ellas para una vez que les das el alta intentar olvidarlas para siempre.
Que les intento argumentar que una guardia no está pagada mientras se escandalizan y me tratan por loco y me echan en cara que no estarán tan mal cuando hago alguna de más si puedo. Los mismos que se ciegan por la cifra global con dos ceros pero no ven que los 12 € por hora aún se reducen más cuando la nómina resta los dividendos de los impuestos. Que no llegan a comprender que mientras cobro ese billete rojo que tan pronto se gasta, puedo estar tratando algún infarto de corazón, de alguna persona que bien pudiera ser mi padre o el suyo, o que tengo que estar intentando calmar al preocupado usuario que decide buscar solución a su patología urgente que lleva meses con ella  (por ejemplo dolor de rodilla sin traumatismo previo) a las seis de la madrugada y pese a las 21 horas que llevas trabajando intentas atender con profesionalidad.
De explicar que pese aunque lo crean, ni soy, ni me estoy haciendo rico con mi trabajo, que no tengo la vida resuelta. Que gano 953 € de sueldo base, y que o si me obligan o si consigo hacer 5-7 guardias puedo llegar a ganar, nunca más, de otros 1.200€.

Yo, que parece que tengo que estar pidiendo perdón por ser un “privilegiado”, por haber tenido la suerte de tener a unos padres que con su sacrificio y trabajo diario como administrativo y ama de casa me pagaron unos estudios, por tener la suerte de llevar estudiando hasta llegar a ser lo que hoy soy. Justificar la injustificable suerte de tener un trabajo que día a día intento sobrellevar, de ser un residente de tercer año, el eslabón más débil de una cadena que empieza a hacerse añicos

Pero ya, damas y caballeros (casi amig@s diría si aún seguís leyendo estas palabras), me he cansado de al mal tiempo buena cara. Estoy harto de discursos estériles, de palabras mudas sobre un estrado por políticos corruptos que defienden con uñas y dientes el tremendo solar que han construido en torno al falso parlamento bipartidista que han conseguido camuflar. Harto de sueldos vitalicios sin ton ni son de personas elegidas a dedo en ocasiones sin estudios que por ocupar unos meses un puesto reciben sueldos millonarios de por vida. Harto de la ineptitud al cuadrado, de la falta de previsión, de ideas, soluciones y de valores. Cansado de ver como en vez de intentar reconducir un barco que navega a la deriva se siguen llenando los bolsillos al grito de “sálvese quién pueda”. Indignado al ver la falta de previsión de los expertos: crear la burbuja inmobiliaria para crecer pero sin invertir en un plan B que diera sus dividendos en el futuro, para quedarnos finalmente sin fuentes de ingresos; sorprenderme con los posteriores ocho años de legislatura de remiendos y paños tibios y seguir sorprendiéndome por las “innovadoras” decisiones con las que parecen seguir torturándonos al amparo de la crisis que ni yo ni tú creamos ni nos encargamos de perpetuar.
Sublevado por anuncios que leo en los que se anima a capitales extranjeros a invertir en España por tener una mano de obra barata, harto de escupir para arriba mientras esperamos quietos a que la ley de la gravedad hago su efecto.
Cabreado por la desidia colectiva que nos rodea. Que vemos ya casi normal que una joven eminencia que acaba de terminar brillantemente sus estudios se arrastre como un becario por 400 € en el mejor de los casos, o tienen que irse del país en busca del pan que aquí se les niega o nos resignamos a bajarnos los pantalones para poner la otra mejilla.
De ver atónito cómo el único foco de interés es si pagamos un 1€ en cada tarjeta y de comprobar como el repago del copago se convierte en Trending topic nacional.

Yo que sufrí el nuevo plan de estudios en mi facultad mientras escuchaba continuamente al Decano la tremenda suerte que íbamos a tener porque sin duda íbamos a heredar una plaza fija. Harto de callarme cuando como medida ejemplar decidieron bajarme el 5% de mi sueldo. Que no protesto cuando mi tutora tiene un accidente de tráfico yendo al trabajo y llevo más de un mes pasando la consulta sólo, desafiando a la Ley mientras las entidades públicas no contratan a un sustituto que parece varado en la bolsa de empleo. Harto de callarme, de no denunciar, de no indignarme y sublevarme. Que escucho intrigado, pero también convencido que el recorte definitivo está al caer, que la catarsis apocalíptica es ya casi una realidad, que nos van a recortar el número de guardias a cuatro en el mejor de los casos. Que sin tener el tremendo drama social de muchas familias que realmente no tienen para cubrir gastos y no llegan a final de mes, veré recortados los “privilegios” de los que creía disponer: de la independencia que falsamente creía haberme ganado tras todos estos años de dedicación al sol.

En este país de sorna y panderetas, de Pantoja y Belén Esteban.; de monárquicos corruptos, de Urgandarines, Gurtel y villas Arousas, de guiñoles retratados y de ese opio nacional de Guardiolas y Mourinhos que parece silenciar el atroz ruido de fondo.


Cansado de la cobardía que nos hace tan pequeños, que nos minimiza, que silencia nuestras poderosas razones. Del bien individual que tapa al colectivo, que nos agrieta y hace achicar agua, que nos desangra y nos hiere de muerte.


A día de hoy estoy a 14 meses de ser un número más de esa lista millonaria de parados que se desangra en la cola del INEM.  Puede resultar una premonición fúnebre, pero es la triste realidad. La mayoría de los compañeros que han terminado y que van a terminar están en la misma situación. Contratos irrisorios, sonrojantes,  bucólicos. Conozco casos de contratos de 8 horas, de dos noches en un pueblo perdido de sierra, de situaciones camufladas detrás del profesional que tras su bata lleva la desolación de la triste realidad de tener 30 años y estar en la máxima incertidumbre laboral y personal. 

Pero mientras llega el 20 de Mayo del 2013 y mi contrato expira, (si antes esta patata caliente que desde hace tiempo nos estamos pasando de mano en mano no explota) seguiré disfrutando del día a día, de mi trabajo, de mis pacientes, de la recompensa del trabajo bien hecho, de la satisfacción de seguir dando lo mejor de mi en todo momento. Seré uno de esos más de cinco millones, con mi licenciatura, mi especialidad, mis múltiples cursos realizados, un Máster de Economía de la Salud-Uso Racional del Medicamento y un Curso de Experto de Urgencias que darán lustre a un curriculum que nadie querrá leer.


Pero mientras llega ese mañana sombrío al amparo de este oscuro día a día, al menos me acuesto tranquilo sabiendo que el Real Madrid y el Barcelona no se enfrentarán hasta la final de la Champions… Y es que a fin de cuentas, tenemos lo que nos merecemos, ¡así nos va!