Ahora que parece estar de moda, que como versa una canción de Sabina, “un euro es un dineral”, ahora que nos desangramos ante la mirada impasible de una dudosa clase política que parece preocuparse tan sólo de llenar sus bolsillos al grito de “sálvese quien pueda”, la Semana Santa, nuestro buque insignia irrumpe como el primer relámpago de tormenta de verano. La Semana grande que parece sacarnos de este canto de sirena al que estamos varados.
Este año, los guiones de nuevo volverán a peregrinar por las renacentistas calles de una Úbeda que olvidará la duermevela en la que se encuentra inmersa. Las cornetas (las de antes y las de ahora) volverán a poner banda sonora a unos oídos cansados de escuchar incrementos en listas del paro, quejas radiofónicas o riñas políticas televisadas; las vistosas capas ondearán sobre cada histórico adoquín mientras parecemos obviar que ésta, nuestra Semana Santa, y la de nuestros antepasados también sufre ese mal pandémico llamado crisis.
Y es que cada año, con la sutileza de lo invisible se aminoran los guiones; cada año se pierde un ápice de nuestras raíces, de nuestra razón de ser. Nos embelesamos por lo desconocido a lo que tan pronto admiramos como aborrecemos, dejamos a un lado lo tradicional ante el vacío emocional que las nuevas generaciones parecen sentir. Esas generaciones que convierten la noche del Viernes Santo en un botellón ambulante, que se toman cada levantá como un motivo de sorna, que se encarama a las columnas de las iglesias en cada salida para ser parte del espectáculo.
Cuando era pequeño (si es que aún no he dejarlo de serlo), en clase debatíamos por ver quién era de más cofradías, quién desfilaba en más procesiones, quién coleccionaba más fotos de las fiestas de Hermandad. Aún se sentía que lo que iniciaron nuestros abuelos era algo nuestro, algo del pueblo que debíamos cuidar, mimar, proteger. Pero hoy, en esta sociedad de reinas de barrio, parece que nadie quiere hacerse responsable de coger un testigo que portan personas cansadas de tantos años de responsabilidad. Ahora que es difícil apuntarse para tocar un tambor a no ser que plumas decoren tu cabeza, que lo de empujar un trono se ve anticuado, que lo de portar sobre un costal cinco horas de recorrido se ve como un esfuerzo poco gratificante… ahora que todos parecen/parecemos echar balones fuera, nuestra Semana Santa, la mía, la tuya, la de ellos, parece encontrarse anestesiada sin ver más allá del inminente día a día, sin apreciar el incierto futuro que debemos atajar desde el actual oscuro presente ya que el viento no favorece a quién no sabe dónde va.
Dejemos de ser veletas, dejemos de divagar sin rumbo. Eduquemos a las nuevas generaciones, mostrémosle la belleza de nuestra semana en mayúsculas, hagamos que se enamoren de un paso, de un rostro tallado en madera. Hagamos Semana Santa
14 Febrero ´11
No hay comentarios:
Publicar un comentario