(30 Agosto ´12)
Como
ya muchos sabréis a estas alturas, soy residente de último año en el peculiar
Centro de Salud Palma-Palmilla de Málaga. Eso supone una serie de ventajas
(mayor responsabilidad, mayor conocimientos, más soltura y poder de resolver
problemas…), pero también una serie de inconvenientes, aunque a mí, ahora mismo
el único que me preocupa es la casi nula salida laboral que nos mira como un
lobo que se relame los colmillos.
En
los últimos meses me siento un poco mitad chico
de los recados, mitad multiusos.
Suplí la baja durante un mes de mi Adjunta tras un accidente laboral, cubrí al
tutor asignado en mi rotación rural en Colmenar por motivos personales algún
que otro día y en Agosto he vuelto a cubrir las tres semanas de vacaciones de
mi tutora y otra semana de una médica del Centro de Salud. Lejos de quejarme,
me gusta la sensación del dominio de la situación. Si echo la vista atrás,
seguro que hace ya cuatro años estaría en una situación Almodovoriana, al borde de un ataque de nervios. Ahora
estoy tranquilo y abro todos los días el diván de la consulta con la agradable
sensación de haber conseguido muchas metas en poco tiempo sin ser consciente de
ello. Personas y personas que entran y abandonan la consulta en el margen de
los 5 minutos con el que el Sistema Andaluz de Salud trata a las pacientes como
animales de carga; prisas para actualizar la medicación, el ordenador que se
queda colgado, una exploración mientras el paciente añoso torpemente se dirige
a la camilla, minutos de espera que se ponen en hora si algún paciente de la
lista falta el ruido de la sala de espera que anuncia poca tregua,…
Mucho
sabor dulce que llevarse a la boca, muchas conversaciones idílicas entre
pacientes que han pasado a ser parte indirecta de la “familia” de tu cupo. Y
también algún que otro encontronazo con el típico paciente pasado de medicación
y tóxicos, la ama de casa a la que no crees motivos para derivar al
especialista de turno…que rompen la rutina agradable de pacientes agradecidos.
Pero
esta entrada es sobre todo para aquellas situaciones que de cómicas pasan a ser
un problema. He cogido tanto confianza con algunos de mis pacientes ya que en
una semana pueden ir hasta tres ocasiones que los veo mucho más que a mis
padres. Admiro la capacidad de innovar motivos de consulta de alguno de ellos,
pero también me desespero cuando veo que el motivo de consulta es reincidente y
no mejora del todo, como esa ciática a la que no han pasado los días
suficientes ni el reposo necesario para curar pero para la que te exigen
resultados inmediatos como si fueras el culpable de sus dolores. Pacientes que
van cada día para cosas distintas y parecen agradecidos pero que si un día no
resuelves la cuestión que les ha llevado hacia ti parecen irse decepcionados.
Pensamientos
que se prefabrican, empatías imposibles de controlar pero obligadas de ser
moduladas. Pacientes que sin motivo alguno te caen bien, te relajan y te
alegran la mañana al entrar por la puerta. Pacientes que te desquician, que te
alteran para el resto de la mañana, que cambian la dinámica de la consulta, que
hablan en un tono de voz que subjetivamente aprecias como intimidatorio o
acusatorio, que te aprietan cada vez que van. Pacientes más jóvenes que tú a
los que no sabes si hablarle de tú o de usted. Situaciones incómodas al no
aceptar alguna solicitud de amistad indiscreta de alguna red social por parte
de alguna paciente…momentos kafkianos para los que la profesionalidad que se
nos supone tiene que salir a flote.
Problemas
familiares que te cuentan como si fueras su almohada, lágrimas que vierten
delante tuya como si fueras un pañuelo. Consejos duros que das a modo de padre
mientras recriminas abiertamente que deje de consumir cocaína. Decirle a la
cara a un polifrecuentador que por qué viene hoy con el que tienes una buena
relación, y tener una nueva consulta con él dos semanas después y lo primero
que haga al entrar a la consulta es decirte que “esta vez he tardado más Doctor, hoy no tendrá queja” mientras a uno
le es imposible reprimir una sonrisa. Risas vertidas, dudas arrastradas durante
horas y días; resultados de analíticas que esperas para calmar o avivar
temores.
La
“rutina” del día a día en el noble arte de una “humilde” consulta de Atención
Primaria. La misma rutina de la que necesito desconectar y dejar a un lado en
vacaciones, pero la misma droga que seguramente terminaré añorando.
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