Había ganas de enfundarse por fin
el uniforme de ambulancia que tanto tiempo (cerca de año y medio) nos ha
costado conseguir. Había ganas de surcar de nuevo las serpenteadas calles
malagueñas y sus grandes avenidas en busca del aviso de turno, de sentir la
adrenalina de la acción del a pie de calle, del directo y del solo ante el
peligro. Pero toda sensación de ganas, al igual que todo poder implica una
responsabilidad como versa el retratado superhéroe arácnido.
Con las ilusiones renovadas desde
mi última guardia en el DCCU en Puerta Blanca, año y medio después y con mi
impoluto traje oficial azul me dirigía al Centro de Salud de Miraflores donde
se ubicaba la ambulancia que me entregaría de nuevo el testigo.
La tranquilidad de una guardia,
esa puñetera sensación de tener todo bajo control, de ser una jornada de trabajo
llevadera puede irse al traste en tan solo un segundo. Los astros que parecían
haberse alineado a nuestro favor ya que eran las 0:30h y ya descansábamos en las
literas a modo de trincheras en verdad estaban realizando una de esas jugadas
maquiavélicas. Una llamada en plena madrugada, un código 1 que despierta a los
sentidos dormidos, el diagnostico de una parada, un paciente joven, una
historia poco precisa con la que dimos de bruces al llegar al domicilio de un
paciente que yacía en el suelo, sin vida, emprendiendo ya el viaje final hacia
el nunca jamás. Una bomba de relojería, una barriada conflictiva, un bloque
entero de vecinos nerviosos que habían dejado sus casas para acudir a la del
enfermo, una mayoría de raza gitana en tratamiento ansiolítico que no
encontraba remedio en la medicación tomada… pero sobre todo un paciente,
relativamente joven (sólo 40 años) que tras un cuadro de dolor torácico en
principio atípico se había levantado para vomitar y había caído de manera
fulminante al suelo. Una llegada precipitada, la nuestra, abriéndonos paso ante
la comunidad que atestaba el patio de luces del bloque, varias parejas de Policías
que iban acudiendo al lugar de los hechos. Una madrugada alterada, eléctrica,
puta.
28 minutos de continua lucha por
un imposible, 28 minutos en cuclillas; 28 minutos de cadencia 30 compresiones
esternales y dos insuflaciones, 28 minutos para hacer una reanimación cardiopulmonar
avanzada completa; 28 minutos que dan para pasar siete cargas de adrenalina y
tres de amiodarona; 28 minutos en los que llegué a electrocardiovertir tres
veces al paciente; 28 minutos en los cuales se juega con la muerte aún en vida,
que dan lugar a la esperanza cuando un atisbo de ilusión se refleja a modo de
fibrilación auricular en la pantalla que monitoriza al paciente; 28 minutos
para pensar en la superficialidad de la vida en la que todos estamos de paso;
28 minutos para sudar la estrenada sudadera que literalmente acabó empapada y
pegada a la piel, de unas gotas de sudor que caían como un riachuelo desde mi
frente a la del paciente que estaba debajo de mí al mismo ritmo que hacía el
masaje cardiaco; 28 minutos para escuchar a una familia que cada vez se iba
haciendo más numerosa y empezaba a perder los nervios; 28 minutos para intentar
lo imposible, para pensar en el cómo y en los por qué; 28 m inutos de silenciosas
miradas que lo dicen todo al equipo de guardia, en ese inevitable momento en el
que hay que poner fin a las maniobras de reanimación y certificar una muerte ya
anunciada; 28 minutos para buscar el sentido de una vida que en ocasiones juega
malas pasadas. 28 minutos para pensar cómo contarles a una familia que no puede
entender, cegada por el dolor de la inminente pérdida.
4 minutos frenéticos de traslado
en la ambulancia que acude a velocidad de la luz, jugándosela en cada cruce, en
cada semáforo en rojo ignorado ante la gravedad del aviso. 28 minutos de
absoluta indefensión ante el paciente, tus miedos, una familia, desconocidos
que te rodean y juzgan unos esfuerzos que pese a resultar estériles se
realizaron con absoluta profesionalidad. 32 minutos totales, que ascienden a 60
mientras se informa a la familia, se da apoyo moral, se certifica la nueva pérdida
y se recoge todo… 1 hora de trabajo que se cobra a 12 € pero que no tiene precio ni está pagada. El
peligro de trabajar “tirado” en la calle, de recorrer la ambulancia y llegar al
meollo de la cuestión, de ser el punto débil de la cadena, de tener que
enfrentarte en primera persona a situaciones demasiado tensas en la que la
salud vital de las personas y sus allegados están en juego, de nervios
perdidos.
Una profesión de riesgo la del
equipo sanitario de las ambulancias, en ocasiones reconocido, pero en otras, la
mayoría, tan vilmente despreciado.
Descanse en paz paciente de mi
primera guardia de uniforme estrenado. Historias que marcan, cicatrices que te duelen
pero te hacen más fuerte. La vida, la medicina; situaciones que parecen darse la
mano en este camino que es vivir.
Real como la vida misma, cuyo mejor invento fue la muerte! Enhorabuena!!! Ha quedado perfectamente explicado!
ResponderEliminarquerido juan acabas de descubrir lo distinta que es una parada en el box de criticos de una en la calle donde el paciente mantiene su identidad, sus ropas, sus allegados... Y te juro que no es, con diferencia, lo más dificil profesionalmente con lo que lidiamos. Besos. Mj
ResponderEliminarDesde luego, los médicos, sois gente hecha de otra pasta.Muy duro.
ResponderEliminarDios mío, qué noche... Qué experiencia más dura. Y los médicos han de estar preparados para numerosas situaciones como esta... Por eso les (tú incluido) admiro tanto. Lo has explicado todo muy bien, tan bien que aún tengo el vello de punta.
ResponderEliminarNunca se sabe, lo que empieza por parecer una noche perfecta puede cambiar en cuestión de una llamada. Y viceversa.
Los de otra pasta son los toreros!
ResponderEliminarAl final la realidad siempre supera a la ficción
Los pelos de punta... qué manera de narrarlo...
ResponderEliminarUn saludo!