Tras guardias como
la de este viernes uno no tiene más remedio que llegar a la conclusión de que
el mundo está loco o lo estamos psiquiatrizando. Acostumbrado a las guardias ya
en la Observación ,
uno agradece las realizadas en el Hospital Civil donde todo el día estás a
cargo de la Observación
pero en la madrugada, cuando el reloj marca las 4:00h y lejos de que la gente
duerma eso puede llegar a parecer el metro en hora punta, mientras uno baja al
hábitat natural de las Urgencias.
270 minutos por
delante para ver patologías típicas de esas insómnicas horas: algún paciente
psiquiátrico desbocado, algún dolor que no cede e impide conciliar el sueño, un
cuadro sospechoso de angina de pecho, más de un paciente al que el codo ganó el
pulso a la gravedad y se empinó más de la cuenta… pero sobre todo es el tiempo
de los partes de lesiones, de los robos con violencia, de las agresiones, de
pacientes que llegan con la
Policía.
Pero esta noche, la
media esperada se impuso a la lógica. Seis pacientes en un corto periodo de
tiempo que llegaron magullados, con el rostro abierto, sangrante, hinchado;
atacados bajo la cobardía de la noche y la valentía que otorga la encerrona en
un callejón mientras eres abordado por un grupo de desconocidos que deciden
cerrar su noche asaltando a la primera persona que pase, en el jaque sin
tablero de la emboscada. O en la superflua y falsa valentía de actuar en grupo
y asaltar a dos porteros de discoteca sorprendidos por lo inesperado y fuera de
lugar del ataque. O por el fin de fiesta del cuarentón de turno que busca en
una relajada noche de viernes la panacea para olvidar las obligaciones del día
a día.
Seis pacientes,
seis historias, seis golpes a la dignidad. Seis ataques violentos sin
justificación, seis historias sin un comienzo claro pero con un mismo final, el
que se escribe en el parte de lesiones en la consulta de Urgencias de turno, en
la radiografía que atestigüe algún hueso roto, en la exploración en la que
crepite algún hueso, en la dignidad dañada por un rostro desfigurado, por un
cuerpo dolorido y por la sensación de estar vendidos, impotentes ante la
impunidad de esos “valiente” que necesitan actuar en grupo y de noche, a
escondidas, como sanguijuelas de libertad, de poder andar libremente por la
calle sin mirar a cada esquina, sin la necesidad de no escuchar cualquier ruido
como un estado de alerta, con el derecho de un final feliz que en ocasiones
(más de las que uno puede creer si eres tú el que tienes que rellenar el parte
para el Juzgado) se ve truncado sin un por qué, sin un motivo que justifique la
agresión
El mundo está loco,
y nosotros con él
“Ojo por ojo y el mundo acabará
ciego”
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