(6 Noviembre ´12)
Cuando
uno se hace el traje a medida de la bata y el fonendo cambia el chip y hace de
la rutina del día a día en la consulta su libro de ruta. Acostumbrado a
entrevistar a los pacientes, a tumbarlos en la camilla y explorarlos, a indagar
sobre sus antecedentes, a darle los resultados de una prueba diagnóstica, hoy
me tocaba ver los toros desde la barrera y ser yo el paciente ya que estaba
citado para una extensa revisión médica solicitada por la empresa para la que
trabajo.
Debo
de reconocer que desde que empecé a trabajar hace cuatro años no me había visto
en esa tesitura y los nervios, o más que nervios, incomodidad o extrañeza se
han adueñado de mí. Al verte sentado enfrente de una desconocida disfrazada de
médico, hablando sobre las enfermedades que tuvieron tus abuelos, tus
antecedentes y hábitos diarios. El pasar a la camilla, descubrirte el torso y
ser escuchado y evaluado, mirado con detenimiento, “intimidado”, mientras el
manguito te aprieta el brazo en busca de captar tu tensión mientras intentar
controlar tu frecuencia cardiaca. El esperar con incertidumbre que los
resultados de la analítica aparezcan por la impresora y demuestren que todo
esta bien…
He
vivido en primera persona las inseguridades que pueden presentar los pacientes
que llegan a tu consulta o que atiendes en las Urgencias, personas que acuden
siempre con un por qué ya sea dolor, enfermedad, temor, inseguridad o miedo a
lo que pueda ocultar una serie de síntomas. Y me he replanteado el trato
personal que tengo con cada uno de ellos, los fallos que haya podido cometer
hasta la fecha y las cosas que aún me quedan por pulir. Pero sobre todo me he
dado cuenta de la frialdad con la que a veces el colectivo médico tratamos a
nuestros “clientes”, muchas veces por sospechar que la patología que presenta
no es grave ni urgente, que puede incluso simular, que la gran carga
asistencial relativiza todo, o que quizás las heridas del día a día pasando
consulta crean en nosotros un mecanismo inconsciente para no sufrir con los
sufrimientos de nuestros pacientes.
Y también
me he acordado de una película que vi hace unos años y que trata un poco todo
este tema y que os recomiendo. La película se llama “El Doctor” del director Randa Haines e interpretada por William Hurt
Jack MacKee es un médico que se tiene que
enfrentar, de repente, a una enfermedad que le convierte en un paciente
ordinario de su propio hospital. Por primera vez en su vida se ve obligado a
sentir lo que todos los pacientes sienten, y a confiar ciegamente en un sistema
médico que no es infalible, con su eterna burocracia, sus éxamenes humillantes,
sus imponentes aparatos, y sus abarrotadas salas de espera...
En mi caso,es un mecanismo de defensa totalmente consciente para que el ejercicio de la profesión no me haga enfermo del espíritu.
ResponderEliminarTrato de trabajar con el menor desgaste emocional posible.Bastante me ha hecho sufrir ya esta profesión...
La diferencia es que yo aún no tengo el callo hecho...me quedan aun muchas heridas y tantas tiritas
EliminarEspero que nunca llegues a hacer ese "callo" Juan.Te lo digo de corazón.Ánimo y un abrazo :-)
EliminarYo vi esa pelicula el año pasado en la facultad, en una asignatura llamada comunicación asistencial para aprender sobre el trato al paciente. Creo que todos los medicos y aspirantes a ello deberiamos pasar durante nuestra formación un tiempo ingresados como pacientes para ver el mundo desde el otro lado del cristal.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte desde Sevilla ;)
La verdad es que estas cosas no se suelen enseñar en las Facultades (tienes suerte) y son los "pequeños" detalles que marcan la diferencia entre un buen y un mejor médico.
ResponderEliminarUn saludo!