Como todos los años hago mis pinitos en la Revista "Jerusalen" de mi cofradía. Os dejo el artículo y dos vídeos a modo de razones para que un año descubráis en primera persona la Semana Santa de Úbeda
"La Marcha Real"
rompe el silencio atronador con el que los nervios y la impaciencia de cada año
le gritan al niño que jamás dejaremos de ser que por fin es Semana Santa. Hace
media hora que un intento de guión desorganizado se rearma en el patio del
colegio. Quedan caras aún sin ser coronadas por esa joya en forma de capirucho
de cartón que tantos Domingos de Ramos lleva coronándote y portas por las
renacentistas calles empedradas de una ciudad que o bien te vio nacer o bien
decidió adoptarte sin importar el punto de procedencia. Se encienden los
últimos cigarrillos a los que las caladas nerviosas no consiguen sacar lustre.
Se escuchan tambores descansar en el suelo, cornetas que lanzan notas al aire
cargadas de responsabilidad y horas de ensayo, golpes de bombo con los que
descargar la tensión de espera que dura 365 días… Los príncipes de cada casa
corretean por el patio, ajenos aún a todo lo que supone la maravillosa rutina
de cada tensa espera, mientras el dobladillo de sus capas aumenta en un intento
desesperado de seguir el crecimiento acelerado de las edades tempranas. Los más
pequeños buscan consuelo en un hombro de algún familiar querido al que dentro
de unos minutos dejarán de conocer cuando el raso del capirucho tape el
familiar rostro sobre el que descansarán en su desfile y escuchen como la voz
amiga les muestra su primera procesión que uno jamás recordará pero que el otro
no podrá olvidar. Te alisas la capa que crees que brilla más que nunca azotada
por los rayos de sol de una tarde de primavera que dentro de poco coqueteará
con la luna; centras el cordón arrosariado con el que intentas llevar las
cuentas de tantos Domingos de Ramos vividos; te ajustas el cono de cartón que
te abraza el rostro inicialmente pero que con casi toda seguridad terminará
dejándote una adictiva cefalea. Cuadras tus vidriosos ojos en los ojales
desprovistos de tela y viertes la última mirada que sueles reservar para un
cielo que siempre parece amenazar en esta semana del año pero en el que crees
ver en esta ocasión a un amigo que te dará una tregua. Rezas una mecánica
oración que sientes como hacía tiempo que no lo hacías, coges la palma o el
enser que tienes a tu cargo y esperas a que el jefe de banda entone los
primeros acordes que avisan del rumor con el que la banda empieza a tocar en el
interior del templo. Se abren por fin los portones de La Trinidad que creías anquilosarse en la impaciente espera de cada
año. Huele a pólvora, a petardo que con estruendo anuncia que por fin es Semana
Santa y das el primer paso mientras escuchas el raseo de tus pies sobre el frío
suelo sombrío de la Iglesia.
Y de repente, "La Marcha
Real" formaliza el comienzo de la semana de la pasión con la que todos
volvemos a creer. Desfilan los primeros penitentes, las capas que más adelante
besarán el suelo se mecen por la brisa de Abril. El populacho que se arremolina
enfervorecido hasta abarrotar la Plaza de Andalucía desenfunda sus teléfonos
móviles y cámaras de vídeos y fotos mientras empiezan a grabar las primeras
marchas.
Pero en medio del gentío está el protagonista de esta historia. Con
su peinado tan cuidado que simula la viva imagen de la improvisación, con su
look tan equidistante a los de estos meridianos, con su tinte ictérico de piel,
con sus ojos rasgados con los que parece hacer un guiño eterno a un sol que
corona desde lo bajo de la Corredera;
con esa eterna sonrisa que ha perdido amplitud para hacer hueco a la
inquietante sorpresa con la que se encuentra de bruces. Ese perfecto desconocido
al que muchos miran pero del que nadie sabe su historia que tras mucho leer,
escuchar y ver algún documental decidió ser narrador en vez de receptor y estar
aquí, perdido en la inmensidad de una Úbeda que deja de mirarse acomplejada el
ombligo para desperezarse de un indolente ocaso.
Él que no entiende ni una palabra de español, que llegó hace unos
días a la frenética terminal de Barajas. Que siguió las indicaciones de algún
foro y cogió el Talgo que le llevó a la Estación Linares-Baeza, esa musa sabiniana
para la que cualquier tiempo pasado fue mejor. Que aguardó con una educación
encomiable la cola para sacar el ticket de un autobús con el que llegó hace
unos días a una ciudad que no ha dejado de sorprenderle y enamorarle por todos
los sentidos: que ha apreciado el sabor de sus platos típicos, que ha visto la
colosal inmortalidad en forma de cuna del Renacimiento, que escucha atónito la
música fabricada por esos instrumentos de metal a los que él sería incapaz de
sacar tan sólo un acorde, que huele la mezcla del Domingo de Ramos de palodú y
petardo, que siente sentirse en casa tan lejos de ella…
Salen los primeros penitentes y una risa nerviosa se dibuja en su
rostro mientras llama la atención de su pareja mostrando el capirucho que
desafía las leyes de la gravedad que él conoce. Respira hondo como intentando
patentar el aroma del Domingo de Ramos; cree emocionarse cuando el frontal
dorado del paso asoma por la puerta, cuando termina su maniobra y enfila la
cuesta que le llevará a encontrarse con un pueblo que lo está esperando. Siente
que está sentado a lomos del borrico que jamás había visto antes y es en ese
momento cuando descubre ese rostro que cada Domingo de Ramos enamora a Úbeda y
se da cuenta que su destino era estar allí en ese mágico momento que le
acompañará el resto de sus días. Se le olvida respirar mientras es incapaz de
desenfundar la cámara con la que inmortalizar ese encuentro y mueve lenta y
mecánicamente la cabeza mientras el titánico trono pasa por su lado. Quiere
gritar, aplaudir, llorar…pero mira a un alrededor ya acostumbrado a la bofetada
con la que la estampa les golpea cada Domingo de Ramos mientras recompone una
mandíbula desencajada por el tremendo derechazo que acaba de recibir mientras
aprieta la mano de su mujer intentando compartir la sensación vivida.
Y es justo en ese momento cuando nuestras anónimas miradas (la mía
por ir detrás del capirucho y la suya por ser desconocido en estas latitudes)
se encuentran durante unos instantes. Quizás le haya llamado la atención el
pendón de cuero que porto concentrado en no perder el equilibrio mientras el
viento me golpea de costado, o quizás el dorado impoluto de mi capa (gracias al
trabajo que nunca agradecemos no se si por dejadez o porque no encontramos la
forma de hacerlo de mi madre), pero el caso es que soy víctima de su cámara de
fotos que por fin sale de su letargo. Mientras enfoca con su ojo derecho
cerrado creo ver su mirada oriental al otro lado del objetivo…Pienso en su
historia, en qué habrá tenido que hacer y a qué habrá tenido que renunciar
hasta llegar al punto en el que estamos. Me cuadro para la foto como queriendo
agradecer que haya dedicado esfuerzo, tiempo y dinero en acompañarnos en este
día que para mí y para él será inolvidable hasta que recibo el ataque del destello
del flash con el que me deslumbro durante unos segundos mientras me pierdo
durante unos instantes en el diván de mi mente y me felicito de la tremenda
suerte que tengo por poder hacer de cada Domingo de Ramos una historia digna de
contar, de ser escuchada, de ser protagonista de la entrada triunfal de Jesús
en Jerusalem a lomos de ese cansado borriquillo que ya está intentando encarar
El Real y que vivo en primera persona del plural. Me abandono a la tremenda
suerte de ser gota del tremendo océano de una cofradía pequeña, humilde pero
eterna.
Consigo enfocar de nuevo el iris y cristalino aturdidos aún por el
flash del protagonista de esta historia al que ya he perdido de vista e incluso
olvidado mientras centro mis esfuerzos en tres penitentes delante mía y en esa
cabellera poblada y alborotada de oro de mi sobrino que me devuelve a lo lejos
su inmensa mirada azul mar mientras juega con la borla del capirucho de mi
padre. Lo veo jugar, desprovisto de la maldad que nos persigue, como si fuera
un ángel caído del cielo y me vuelvo a perder, disfrutando de su perfecta
carita, en la suerte de poder disfrutar cada año de estos insignificantes
momentos que traigo a mi mente en noches como esta que escribo.
"Camina, camina con esperanza en tu corazón
y nunca caminarás sólo"
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