(9 Febrero ´12)
Es curiosa la sensación camuflada con la que la firme seguridad forjada a base de consultas puede pender de un hilo ante la abrupta ruptura que supone una inesperada amenaza, el verse contra la espada y la pared cuando uno va desprovisto de armadura.
Tras tres años trabajados (esa cifra se redondeará en el ya inminente Mayo), tras cientos de guardias, tras infinidad de consultas de Cupo pasadas, tras miles de pacientes vistos (puede parecer una exageración pero la cifra ya es real); tras historias escuchadas de amenazas y agresiones hacia algún compañero; tras ver varias situaciones tensas que hasta la fecha había conseguido eludir con algo de pericia y mucho de suerte, hoy me ha tocado vivir en primera persona la desagradable sensación de ver como tu base de castillos de arena amenaza con derrumbarse ante el temporal furioso de algún paciente malavenido.
La interiorización del día a día hace que uno pierda la visión global de las cosas. En noches como esta recuerdo la primera paciente que vi en consulta con su tendinitis del supraespinoso: recuerdo mi temor de hacerlo mal, de no saber qué decir, de no dejar satisfecho al cliente que demanda asistencia. Otoño trae consigo la caída de las hojas ya maduras por el paso de los meses previos; algo similar a lo que ocurre con el paso de guardias, de consultas, de situaciones embarazosas que pasan a ser algo rutinario que consigues ver más como un reto que como un impedimento.
Pero al final, la liturgia de la consulta es un cara a cara al que nunca puedes faltarle el respeto ni bajar la guardia. Como un torero que planta sus rodillas en el albero a la salida de toriles mientras el animal de turno corre con el ímpetu de una libertad figurada que tiene la oportunidad momentánea de debatir en la corrida.
Cuando entra un paciente (anónimo o figurado) y cierra la puerta tras de sí te encierras junto a sus problemas y sus expectativas, ya sean reales o figuradas. Problemas que no entienden de razas, ni de zonas necesitadas de transformación social, ni de barrios guapos o feos, de patitos feos o princesas de cuento, ni de hombres ni mujeres, ni de altos ni de bajos, jóvenes o viejos, obesos o delgados, locos o cuerdos, licenciados o analfabetos, de tratamientos psiquiátricos ni de enfermedades indomables...La puerta se cierra y da igual el motivo de la consulta, esos cinco minutos de bis a bis son la cara y la cruz de una misma moneda.
Una consulta con la que los pacientes suelen tener la idea ya forjada de lo que quieren sacar de ella (un tratamiento específico, una derivación a algún especialista de turno, un informe o un parte de baja...), una idea que revolotea en el ecosistema de la consulta, una conducción que empieza a tensarse, unas explicaciones estériles para intentar que escuche quién no quiere ni oír. Estar sentado al lado de tu tutora mientras ella intenta explicar los papeleos a seguir, los escabrosos trámites burocráticos que tontocratizan a una sociedad ya de por sí delirante. Un paciente que no parece psiquátrico-medicado que parece no entender, que empieza a ponerse nervioso, que tensa la cuerda...que empieza a elevar los decibelios de sus argumentos...que comienza a llamar de tú despectivo en vez de usted...que pasa a moverse nervioso en una silla que parece quemarle...que empieza a faltar el respeto hasta finalmente mandar a la mierda. Y es en ese momento cuando uno intenta hacer de bombero y le dice que por favor, en la consulta se habla con respeto. De nada sirvieron los primeros compases en los que de buena manera y ganas le exploré su resfriado o le expliqué el tratamiento que tenía que hacer ya que cuando intenté defender a mi tutora, de nada sirvió lo anterior. Allí estaba él, de pie frente a mí mientras me amenazaba que me iba a partir la cara por hacerme el hombre, que iba a terminar con mi carrera...
Segundos que se hacen minutos, minutos que se anclan hasta parecer siglos. Una alarma que irrumpe y pone fin al ambiente viciado del Centro de Salud tras activar mi tutora el botón del pánico con el que en consultas como en las de mi centro de trabajo en la que la problemática social es el pan nuestro de cada día están instaladas. Pasa un pequeño rato eterno hasta que la seguridad y algún compañero va a tu consulta a modo de rescate y abre la puerta. Instantes de incertidumbre ante la sorpresa de lo desconocido, ante situaciones novedosas con las que uno no sabe cómo actuar hasta que le sucede, y que cuando le sucede no sabe finalmente como actuó realmente.
Yo que no hablé ante no creerme lo que estaba sucediendo, que me entregué ante la realidad que nos había tocado vivir. Que intenté recoger con aplomo las amenazas vertidas mientras un escalofrío recorría mi herido honor. Qué busqué durante minutos la manera en el que las cosas pierden su significado, que intenté buscar razones a la sinrazón, que me puse en lo peor a modo de punzón o cuchillo escondido sacado a relucir en el momento de máxima crispación... pero que finalmente me entregué a modo de consuelo a modo de estadística que me había tocado vivir hasta la fecha. En esta viga en el ojo ajeno que se suplementa por las miles de consultas que he tenido antes con pacientes anónimos, algunos de ellos que me agradecieron mis servicios, que se fueron con una sonrisa, que me dijeron buen servicio o que dibujaron en mí la sensación efímera pero honrosa del trabajo humilde bien hecho.
Hay muchas maneras de aprender pero sin duda ésta, enfrentarte a la realidad, es una de las más efectivas. Seguimos creciendo...