El
cupo que mi tutora y yo tenemos está en torno a los 1100 pacientes. Algunos
nunca han pisado la consulta; otros van prácticamente a diario. Con unos tienes
más confianza y hablas sobre temas que se extralimitan de lo meramente médico,
mientras que con otros, ya sea por falta de empatía o por barrera idiomática te
limitas al acto médico.
A
los más jóvenes los he visto crecer en los cuatro años que llevo en la
consulta. Ya no son los niños de antaño, en el camino han perdido la inocencia
y se han hecho adultos. Otros, los mayores, han envejecido tanto que se han
jubilado o sido abuelos a lo largo de este periodo.
He
visto como muchas mujeres a las que le hemos seguido el embarazo en la consulta
de Planificación Familiar han tenido a su bebé y nos lo han llevado a la
consulta para que los viéramos a modo de agradecimiento por el seguimiento
realizado en los 9 meses previos. Y también, a lo largo de estos cuatro años
hemos visto bajas en el cupo, ya sean por cambios de profesional, o las más
dolorosas, por fallecimiento.
Con
su nombre de mujer nacida antes de la guerra, una de tantas pacientes que se
había hecho vieja. Al principio solía desplazarse a la consulta, para ir
dejando progresivamente paso a que su hijo fuera el que se desplazara para
contar las dolencias de su madre. En más de una ocasión había cogido el maletín
y me había adentrado en el corazón de la Palmilla profunda para ir a su casa y
hacerle el chequeo que tanto agradecía tanto ella como su cuidador principal.
La entrada de su casa difería de la estética de una de las calles con más
pedigrí en la barriada, y sus plantas siempre cuidadas, escoltaban el trayecto
que separaba la puerta principal de la casa mata.
Precisamente
ayer fui por última vez a su casa. Lo típico de estos días y sus patologías de
base que le hacían convertirse en un libro de Medicina ambulante. El catarro,
los mocos, el aumento del ahogo habitual, los dolores varios que le habían
limitado a una vida cama-sillón progresivamente…La edad que no perdona solía sentenciar con su mirada perdida
de diabética mal controlada. Hablar con ella, intentar retocar el tratamiento
ante la tozudez de la gente mayor que grita a los cuatro vientos que quiere
morirse pero luego es reacia a cualquier cambio en sus fármacos ante el temor
de que no se obtenga el efecto beneficioso deseado. El tomarle la tensión,
auscultarla y darle algunos consejos básicos como posturas para dormir que pudieran
disminuir el “ahoiguito” de rigor. Y finalmente despedirte mientras miras el
reloj que marca ya las 14:00h.
Y al
día siguiente retomar la rutina del día a día en la consulta, empezar a ver un
paciente tras otros con cinco minutos para intentar aportar la solución que
todo el que va al médico espera. Y de repente recibir la visita de tu enfermero
de referencia que entra con cara seria, mientras porta malas noticias. Y es que
hoy al acudir al domicilio de la paciente a la que viste ayer, y tras ver la
puerta cerrada, recibió la noticia de
que había fallecido por la noche, de repente, en ese desenlace inesperado que
tanto tiempo llevaba acechándole.
La
tristeza de la pérdida de alguien de tu cupo, que no es familia pero que es
algo tuyo. Algo que se va con cada uno de ellos. La conciencia y su cargo,
tanto para bien como para mal que te acompaña durante unos días. La pregunta
que rumeas al principio: “¿he hecho todo
lo que podía?”. La sensación de que así ha sido que te consuela en ese
llanto silencioso que todo el que pierde algo sufre.
La vida es letal, siempre termina matándote.
Es la conclusión a la que siempre llego tras noticias como esta. El médico no
es un mago, no hace milagros. Intenta dar vida a los años, pero se ve más
limitado para dar años a la vida, que está marcada por demasiados factores
ajenos a ti. Pero pese a todas estas limitaciones, y pese a tener la sensación
y ser corroborada por el hijo que se encargaba de cuidar a su madre de que por
tu parte no hay peros mayúsculos que achacarte, a uno le queda esa sensación de
duelo artificial que te acompaña hasta que la puerta se vuelve a abrir, entra
el siguiente paciente, con su vida y sus problemas que se vierten en busca de
ser escuchados y consolados y deja a un segundo plano el recuerdo de la pérdida
que en noches como estas me acompaña antes de cerrar los ojos.
Descansa
en paz
Emocionante, bonito y duro, como la vida misma. ¡Como te entiendo!
ResponderEliminarMuy bien narrado!
ResponderEliminarAlgo inevitable en el dia a dia de la consulta. Espero que las buenas y mejores experiencias sean mas. Disfruta de tus merecidas vacaciones cariñu :-)
ResponderEliminarVecino hay que ir acostumbrándose.
ResponderEliminarNo podemos hacer inmortales a nuestros pacientes aunque queramos.
En este caso, parece que la mujer murió sin sufrimiento y con una vida tranquila, y con eso hay que quedarse.
Un saludo.
La tristeza de la pérdida de alguien de tu cupo, que no es familia pero que es algo tuyo.
ResponderEliminarCaen las hojas/ pero persiste el porte/ árbol de otoño #haiku no puedo decir +en 1 tuit
ResponderEliminarGracias Salva. Cada vez menos hojas y más difícil mantener el porte. Un abrazo.
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