(5 Mayo ´12)
La
cama aún está caliente, pero mi alma tirita de frío. Su esposa y su hijo le
acaban de dar el último adiós ante la partida sin retorno hacia lo desconocido.
El sol a lo lejos empieza a coquetear con un nuevo amanecer, pero pese a estar
llegando al final de una dura guardia lo que menos tengo son ganas de dormir.
Definitivamente,
la vida no es un camino de rosas. Duele el hacer daño, duele el no encontrar
consuelo, duele ser parte accidental del triste momento que sesga la armonía de
una familia a la que nunca antes habías visto pero que lleva unas horas siendo
el eje central de la tuya.
Mis
palabras con en las que en la glaciar salita anuncié a su familia que el
paciente había muerto azotan mis sienes con fuerza, casi con la misma violencia
con la que su hijo gritó al enterarse de la noticia.
Llevar
un gran número de horas de mili y muchos tiros dados y alguno recibido no te
hace ser inmune al dolor, no te exime del deseo de cobardía de replegarte sobre
ti mismo y desaparecer sin dar explicaciones. Tenía que sufrir este duro trance
sólo, con mi miedo y su familia tal y como hice. El paciente ingresó a primera
hora de la noche en Observación y en la despedida con su esposa intenté
transmitirle la esperanza que yo tenía de que no fuera nada grave. Pero las
pruebas diagnósticas que le solicité me dejaron perplejo, hasta la fecha no
había visto nada igual: una anemia galopante, una coagulación por los suelos,
unos leucocitos que jamás creía que pudieran llegar a 31.000, un pH que
coqueteaba con el 6…todo ello bailando al ritmo de un hígado cirrótico de base
que había dejado de funcionar. La llamada en plena madrugada para que la
familia se volviera a personar en el Hospital para informarles que la situación
había cambiado, que todo estaba peor de lo esperado y que pronóstico pudiera no
ser favorable. Esa desgarradora sensación de encerrarte en una salita de 3 m2
con personas asustadas y hacer de juez que parece anunciar una inminente
condena de muerte. Un reajuste de tratamiento casi heroico que se esfumaba como
la vida del paciente en cada respiración agónica. Un fallo fulminante hepático
que suele tener el pronóstico del 91% de mortalidad que se acentuaba por la
nula indicación del trasplante.
La
respiración que se agita, que se hace abrupta, que se va apagando como un
cigarro caduco. El jugar con la medicación mientras intentas controlar la
acidosis que pese a tus cálculos sigue “desangrándose”. Las 6:20h de una
guardia intensa y emocional: la última respiración de un paciente joven con
algo más de un lustro de vida que decía adiós. El rellenar el parte de
defunción justo antes de avisar a Admisión para que la familia volviera a
presentarse en la salita.
La
reflexión de este conflicto ético. ¿Cómo me
gustaría ser informado a mí si algo así me pasara? El intento inútil
de intentar hacerme el esquema mental para hacer este trance lo más llevadero.
La mano amiga del compañero que se ofreció a estar conmigo en el momento, mi
negación por sentirme “responsable” del proceso del que fui el encargado desde
primera hora. El sentir una desagradable punzada en la boca del estómago que
amenaza con cortarte el aire y dejarte sin habla. El camino de no más de 50
metros que se hace kilométrico. El mirar a los ojos a la familia del fallecido
que por la mañana estaba en casa sin más problemas que los de la vida real. El
ver como la primera palabra parece empeñarse en no salir, en no saber como
colocarte. En buscar un consuelo imposible. Bloquearte hasta terminar dando la
noticia. Ser testigo de los gritos, del llanto desgarrador, de el puñetazo por
la impotencia del hijo que impacta en la pared. El ver como alguien se tira al
suelo mientras se le inundan sus ojos… Y finalmente tan sólo poder poner mi
mano sobre los hombros de su esposa mientras me adentró con ella y con su hijo
al interior de la Observación para que estén junto al ser querido que ya no
está.
Puede
que esta entrada quede algo estigmatizante, pero los únicos que son
protagonistas de esta entrada son el paciente y su familia. Yo tan sólo fui un
actor secundario de este drama para el que me hubiera gustado no ser
seleccionado.
“Cicatrices en el corazón” pienso
mientras llego a mi casa y me derrumbo en la cama.
Descanse en paz
Tiene que ser un tragazo!!
ResponderEliminarMucho ánimo Juan, eres un médico con una empatía humana que muchos en tu profesión deberían imitar...un abrazo
ResponderEliminarUn abrazo...nunca te acostumbras.
ResponderEliminarPasan los años y te sorprende seguir sintiendo lo mismo.
Por una parte, aunque duela, es mejor.
Significa que tu corazón no se ha llenado de callos
el dia que se hace callo en este tema....ese dia es el ultimo como médico humano. yo nunca quise hacerlo ni simularlo...no somos maquinas.....ni lo pretendamos....
ResponderEliminarel dia que se hace callo en este tema....ese dia es el ultimo como médico humano. yo nunca quise hacerlo ni simularlo...no somos maquinas.....ni lo pretendamos....
ResponderEliminarel dia que se hace callo en este tema....ese dia es el ultimo como médico humano. yo nunca quise hacerlo ni simularlo...no somos maquinas.....ni lo pretendamos....
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